Sunday, 28 de April de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1285

Liberdade de imprensa não é o mesmo que liberdade de expressão

La libertad de prensa es a veces igualada a la libertad de expresión, un error conceptual que lleva a una deferencia excesiva para con los medios de comunicación. Bien comprendida, la libertad de prensa requiere que las empresas de medios estén libres de control gubernamental, pero no que estén libres de regulación. El interés público requiere que el mercado de medios funcione de una manera tal que apoye la libertad de expresión, e incentive a la reflexión pública y la rendición de cuentas del sistema político.

La libertad de expresión es un concepto que se aplica a individuos y es casi inseparable del respeto a la libertad de pensamiento (ver Mill, Sobre la Libertad). Del mismo modo que se debe permitir a cada individuo tener pensamientos controvertidos, que otros encuentren desagradables (negar la existencia de Dios, por ejemplo), así también debe serles permitido expresarlos. La justificación de esto tiene dos componentes. Primero, la libertad de expresión tiene un valor intrínseco para quien la ejerce, que puede así compartir sus opiniones e ideas con otros. Segundo, la diversidad de opiniones beneficia directamente a toda la sociedad: las ideas y los argumentos pueden ser sometidos al escrutinio público y mejorados, y los resultados están disponibles para todos.

Pero la libertad de prensa es una cosa muy distinta, porque se aplica a un grupo de empresas (medios masivos de comunicación) en vez de a individuos. La diferencia clave es que como las empresas no son individuos su expresión no tiene un valor intrínseco. Las empresas de medios, a diferencia de los individuos, no son agentes lo suficientemente sofisticados para tener pensamientos propios que necesiten compartir con otros, por lo que no pueden sufrir censura como la sufren los particulares. De hecho, como los medios no son agentes morales sus derechos “morales” solo pueden estar justificados con fundamentos utilitarios: reconocerles a las sociedades comerciales derechos de personalidad y de propiedad es un remedio legal para que el sistema capitalista pueda funcionar más eficientemente y no responde a ningún deber moral subyacente (para que las personas jurídicas adquieran derechos morales deberían estar constituidas de manera tal que pudieran razonar en forma moralmente sofisticada y darse a si mismas una ley moral).

Entonces, la justificación de la libertad de prensa es puramente instrumental. Primero, porque estas empresas proveen el medio a través del cual la libertad de expresión puede ser realizada (fuera de los libros y, hoy en día, Internet). Segundo, porque es su función política en la sociedad. Los medios tienen la capacidad de incentivar la reflexión, cuando informan a la opinión pública sobre los asuntos importantes del día y de incentivar a los funcionarios públicos a servir al interés público, cuando proveen a los votantes un medio para observar sus acciones.

Existen entonces buenas razones para que nos importe que la prensa goce de buena salud y para mantenerla libre del control gubernamental. Después de todo, son las mismas razones que llevan a los gobiernos autoritarios a censurarla tan severamente. Y, sin embargo, estas razones solo se refieren a las capacidades de los medios masivos de comunicación. Que una prensa libre pueda servir de soporte a la libertad de expresión y la democracia, y como una amenaza a las dictaduras, no significa que necesariamente lo haga. Para que una justificación mecánica como esta sea exitosa, la máquina debe demostrar que funciona en la práctica así como en la teoría. Y podemos observar que, en el mundo real, los medios masivos de comunicación, que tienen el poder de servir al interés público, a veces no lo hacen.

Esto no debería ser una sorpresa. Aunque las empresas de medios no son agentes morales sí tienen intereses y pueden ser entendidas como agentes racionales en el limitado sentido de que ellas pueden maximizar una función de producción. Aunque algunos grupos mediáticos están estructurados con funciones complejas de producción, que incluyen expresamente compromisos para con el interés público (ejemplos, la BBC o el diario The Guardian), la mayor parte de los medios no lo hacen. Por ello, la razón por la cual se dedican mayormente a los chismes y al entretenimiento, en vez de al periodismo “duro”, es que sus gerentes tienen el deber fiduciario de actuar en interés de sus accionistas y no en el del público.

No neutralidad

Una prensa libre informa al público de lo que este quiere ser informado, que no necesariamente es lo objetivamente importante. Como intermediarios en la atención de millones, los medios masivos tienen un poder sustancial para decidir que hechos y opiniones son sometidos a la opinión pública; para promover ciertas opiniones o “verdades”, que promueven su propios intereses políticos o comerciales. y para ahogar las opiniones contrarias a sus intereses en un diluvio de contra discurso. Este poder editorial puede ser usado sistemáticamente para afianzar actitudes e ideologías.

Lejos de ser medios neutrales a través del cual la verdad se hace pública y se hace rendir cuentas a la política, los medios masivos de comunicación son grandes actores políticos por derecho propio. Sin embargo, ellos no están obligados a rendir cuentas al público porque son sociedades solo sujetas a las fuerzas del mercado y a sus accionistas. Son libres de usar su influencia política para perseguir sus intereses particulares, como una especie de “super lobistas”, sea a nivel local o a nivel nacional.

Es cierto que la influencia directa de los medios en las elecciones es marginal, de un modo similar en que opera la publicidad con las compras. Así, el apoyo que le dio el Daily Mail al facista Oswald Mosley no se tradujo en un éxito electoral (aunque hay excepciones, como la Italia de Berlusconi y sus medios hiper concentrados). Pero está influencia marginal en los votantes puede ser apalancada para influenciar, en forma considerable, a los políticos para que estos promuevan las causas que a los medios les interesan o para lograr tratamiento especial (como excepciones a la regulación de defensa de la competencia). Y lo logran por dos razones. Primero, porque como muchas elecciones se ganan por escaso margen, la posibilidad de influir en el resultado, aunque mínima, puede ser importante. Segundo, porque pueden causar muchos dolores de cabeza a un político si deciden darle una cobertura negativa que le dificulte llevar adelante su trabajo. Esto permite a los grupos de medios a negociar directamente o sacar concesiones a los políticos a espaldas del público.

Tiranía

Pero los medios masivos no solo no sirven al interés público lo bien que deberían. También causan daños reales a los particulares. Como Greg Miskiw, editor asistente en el News of the World británico, famosamente dijo ”Eso es lo que hacemos, destruimos la vida de la gente”. Empleados de ese mismo diario fueron descubiertos, hace no mucho tiempo, “hackeando” el teléfono de particulares (incluyendo el de un adolescente secuestrado), haciéndose pasar por otras personas, sobornando policías y otros funcionarios públicos, extorsionando políticos y celebridades, etc. Y parece ser que otros periódicos británicos estaban haciendo lo mismo. La libertad de prensa sin regulación les da a los medios masivos de comunicación una licencia para expoliar y aterrorizar a la sociedad, un capitalismo con metástasis.

La prensa usualmente afirma que lo que sea que interese al público es de interés público, por lo que la popularidad comercial de sus productos justifica sus métodos. Esto es casuistica interesada. El hecho que haya mucha gente dispuesta a comprar algo no determina, por si solo, que esto debería estar a la venta. Por lo menos, no aceptamos en general que este sea un argumento válido para otras cosas que mucha gente está dispuesta a comprar, como sexo, riñones, bebes, drogas fuertes, ciudadanía, votos, etc. En general requerimos una justificación más contundente que una curva de demanda.

Tomemos el caso de la privacidad. Cuando la vida privada de las personas se pone en venta sin su consentimiento (desde vínculos sentimentales a la salud de sus hijos), hay un claro conflicto con los principios centrales del liberalismo. Los individuos tienen un derecho personalisimo a vivir su vida sin interferencias. La “libertad” de prensa impone, en estos caso, un escrutinio social opresivo, que a su vez impone una cada vez más extensa y debilitante auto censura en los pensamientos y sentimientos de los particulares.

Hay un conflicto de derechos que debe ser sopesado en este caso. Los medios masivos no tienen un derecho intrínseco a espiar a las personas a través de sus ventanas. Y el público en general no tiene un derecho intrínseco a chusmear acerca de la vida privada de terceros, aún si estos son celebridades. La percepción de que sí lo tiene es una simple racionalización del “status quo”; es pensar que existe una especie de “contrato social” celebrado entre las figuras públicas y la sociedad. Pero este contrato social no pasa la prueba del “velo de ignorancia”: nadie que piense que se le podría aplicar lo firmaría (del mismo modo que nadie avalaría un contrato social que permita el racismo salvo que supiera con antelación que no forma parte de la minoría perseguida).

Lo más cercano a una justificación instrumental del chisme público sobre vidas privadas es el falaz, pero muchas veces repetido argumento, de que como la prensa francesa está sometida a normas más severas sobre privacidad es más condescendiente y no hace rendir cuentas a su clase política tan estrictamente. Por supuesto, ejemplos de prensa condescendiente hay en todas partes, como la indiferencia de la prensa americana para investigar los casos que su gobierno calificaba como de seguridad nacional. De todos modos, y aún siendo muy generosos, este argumento no explica porque el público debería tener derecho a hurgar en el escote de Kate Middleton.

Competencia

Muchos de los que defienden la libertad de prensa de cualquier regulación externa dicen que los medios de prensa se pueden regular a si mismos a través de la competencia en los mercados. De este modo, el carácter moral de los medios de prensa es irrelevante: la competencia con otros diarios y canales de televisión por la atención del público mantiene a los medios honestos y focalizados en el interés público.

Este argumento no es del todo incorrecto. La competencia por la atención del público mantiene a los medios alertas (se observa cuando está competencia desaparece) y también provee de los ingresos que les permite ser independientes del gobierno. Y también es cierto que los medios pasan buena parte del tiempo investigando y haciendo públicas las fallas de sus competidores (Por ejemplo, fue la investigación realizada por el diario The Guardian sobre el escándalo de hackeo del “News of the World” la que eventualmente llevó al cierre de este diario y al lanzamiento de una investigación parlamentaria).

Pero la competencia no es una panacea. Como la Gran Recesión nos ha recordado (una vez más), la creencia de que el libre mercado es necesariamente eficiente y auto correctivo, en el mundo real, es más pensamiento mágico que ciencia. De hecho, son las fallas de mercado las que ayudan a explicar porque los medios no cumplen con su rol en la sociedad que justifica el tratamiento especial que reciben. Aún si los medios masivos no fueran oligopolíos (mercados dominados por pocos actores) y aún si estás empresas solo estuvieran preocupadas en satisfacer a su público en vez de ser actores políticos; aún así no podríamos depender solo de la competencia. Esto porque un mercado con mucha competencia puede tener deficits en la oferta de bienes públicos (externalidades positivas) y sobre producir daños a terceros (externalidades negativas).

Los bienes públicosson bienes, como el periodismo de interés general o la confianza del público en los medios de prensa, que son muy valiosos para la sociedad pero no son suficientemente recompensados por los mecanismos de precios del mercado como para que haya interesados en proveerlos en las cantidades requeridas. La competencia opera en contra de la oferta de bienes públicos porque bajo ella no hay escape a las fuerzas del mercado. Si la oferta de bienes públicos no es recompensada por el mercado ninguna empresa tendrá el incentivo adecuado para producirla.

Los medios de prensa compiten, básicamente, por la atención del público. Esa atención es capitalizada tanto cuando se cobra al público directamente como cuando se revende esa atención a los anunciantes. Cualquier medio de prensa que se desvíe de está preocupación básica, eventualmente perderá contra sus competidores. Por ejemplo, la investigación realizada por el diario The Guardian, que expuso el escándalo de hackeo, fue muy admirada pero no se tradujo en más suscriptores (según varias fuentes el diario estaría cercad de la bancarrota). El verdadero periodismo de interés público es costoso. La comida chatarra es más redituable. En este escenario puede que se necesiten subsidios públicos para proveer a los medios de prensa de los incentivos de precios adecuados para producir la cantidad necesaria de periodismo de interés público que una sociedad democrática necesita para funcionar.

La competencia también genera contaminación; daños a terceros. Si el mercado falla en internalizar los costos del mal periodismo adecuadamente, entonces lo sobre ofertará lo que perjudica a la sociedad. La expresión “periodismo amarillo” fue acuñada en la Nueva York de la década de 1890 para describir el fuerte uso que hacían los periódicos de noticias sensacionalistas o manufacturadas para incrementar sus ventas. El caso extremo fue el de Randolph Hearst a quien se le da el mérito de llevar a Estados Unidos a una guerra con España por su uso indiscriminado del chauvinismo para incrementar la circulación de sus diarios.

El periodismo amarillo causa daños directos e indirectos a la sociedad. De un lado, hay muchos particulares y minorías que son víctimas de la búsqueda de ganancias de este periodismo. Y el periodismo amarillo también ayuda a difundir visiones del mundo perniciosas e infundadas, como el miedo excesivo a los crímenes violentos, el Islam o a lo predadores sexuales, que minan la calidad del debate público y llevan a la sociedad a demandar a su gobiernos políticas terribles, como la “mano dura”.

La justificación de la regulación

Muchos de los que se oponen a la regulación externa de la prensa lo hacen, a pesar de los obvios problemas de la auto regulación, porque rechazan la idea de un control gubernamental. Tienen razón en oponerse a que el gobierno controle la prensa pero están equivocados en pensar que está es la única regulación posible. La mayor parte de los mercados y productos en los países capitalistas están sujetos a la regulación de las leyes y de reparticiones públicas pero son independientes de un control directo por parte del estado. Los automóviles deben cumplir con todo tipo de regulación de seguridad, uso eficiente del combustible, etc. Pero no están diseñados por burócratas y las decisiones sobre su producción o distribución no la toman los políticos. Las regulaciones bien diseñadas incentivan la competencia al asegurar que sus resultados lleven a un mayor beneficio para el público del que habría sin ella. Y, como he argumentado, son los beneficios públicos de la prensa libre los que justifican el tratamiento especial que recibe.

La competencia libre entre actores económicos (o cualquier otro tipo de competencia) solo producirá buenos resultados, en vez de malos, si está adecuadamente regulada y controlada. Primero, tienen que haber reglas claras y bien ejecutadas para prevenir que los actores elijan otras reglas, más fáciles para ellos. Segundo, esas reglas tienen que ser diseñadas de modo tal que fuercen a los competidores a producir resultados más valiosos para la sociedad, informar al público y hacer rendir cuentas a los políticos, como una consecuencia de su competencia.

Cuando las competencia no tiene reglas, las empresas, al tratar de maximizar sus ganancias, son forzadas a competir en una carrera hacia el fondo. Esto no es solo malo para el público (como en el caso de las compañías chinas que adulteraron leche con sustancias venenosas), sino también para la industria (nadie en China confía ya en la leche). La competencia sin reglas muchas veces mina y reduce el mercado en vez de contribuir a su expansión y florecimiento. Así, uno de los principales beneficios de una regulación de la prensa bien diseñada es que pone un piso para las conductas que la competencia sin limites por la atención del público muchas veces genera. Entre otras cosas, estás reglas permiten a las empresas de medios a contar con verdadera libertad para producir periodismo de interés público, y operar con normas éticas, sin temor a perder público frente a competidores menos escrupulosos.

¿Qué tipo de regulación? 

Exactamente cual es la forma en que debe regularse la prensa es un asunto distinto a si está debe o no estar regulada, que es de lo que me ocupé hasta aquí y debe ser propuesta por personas que tengan un mayor conocimiento de la industria y de leyes que yo. Pero acá están mis propias sugerencias sobre los principios generales a los que está regulación debe apuntar-

>>Fuerza legal sin control gubernamental. El mercado de medios deber estar regulado y las compañías que lo conforman deben responder al público pero el gobierno no debería ser el agente que ejecute está regulación. El “guardián” de la prensa libre debe ser una institución independiente e independientemente elegida.

>> Separación entre política y medios. Si vamos a confiar en que los medios harán rendir cuentas a los políticos entonces el público debe poder creer que los primeros son independientes de los segundos. Está separación es igual de beneficiosa para los políticos y los medios que la separación del estado y de la iglesia lo fue para ambas instituciones. Por está razón los políticos deben tener prohibido tener una relación personal con un medio o sus representantes.

>> El carácter moral de las compañías de medios. Pienso, a diferencia de Mandeville, que los vicios privados no llevan a la virtud pública. La ética periodística requiere compromisos institucionales internos que el mercado no puede proveer. Dada la importancia especial que tienen la prensa para el buen funcionamiento de la democracia (y los privilegios especiales que obtiene la prensa por ella), parece razonable exigir a los medios que internalicen requisitos técnicos más complejos que la mera maximización de sus ganancias. Por ejemplo, incluyendo el “servir al interés público” en los estatutos de la compañía como un objetivo a la par de servir a los intereses de sus accionistas.

>> Limites en la participación en el mercado. Permitir que los medios de comunicación de un país estén dominados por un pequeño grupo de empresas distorsiona la operatoria del mercado de las ideas y subvierten los controles de calidad que provee la misma competencia. Dado el carácter nacional de las política democrática, estos limites deben ser aún más estrictos para las compañías extranjeras.

>> Limites a los contenidos. Algunas materias, como la vida privada de las figuras públicas y sus familiares, y algunos métodos, como la fotografía de larga distancia, deben ser prohibidos, como principio. Por supuesto, a veces las noticias basadas en ellos son de interés público. En tales casos, la noticia debe ser publicada en forma conjunta con una justificación de ello en términos del interés público (que es algo distinto de su verdad o del interés del consumidor).

>> Subsidios. La falta de oferta de periodismo de interés público por la dificultad de obtener ganancias de él (especialmente en la era de Internet) atenta contra la reflexión pública y la rendición de cuentas de la clase política. Un programa de subsidios público debería transferir parte del valor que el buen periodismo crea para la sociedad hacia las compañías que lo producen. Bruce Ackerman (pdf, en inglés), por ejemplo, propone un sistema de “vouchers” para Internet, por medio del cual los ciudadanos pueden seleccionar los artículos de interés público que leen en la red; los subsidios se dividen entre sus autores según los votos que reciben.

Conclusión

La libertad de prensa es un medio para fines trascendentales: hacer que el poder rinda cuentas y mantener al público informado acerca de asuntos de interés público. Por eso debe ser entendida como una máxima y no como un dogma. De hecho, esto es así en la práctica: las medios de comunicación están regulados en todas las sociedades liberales por leyes sobre secretos de estado, difamación, obscenidad, incitación a la violencia y otros asuntos.

Pero todavía hay una excesiva deferencia hacia los medios masivos de comunicación basada en malentender de quien es la libertad de expresión y por una noción romántica de los servicios del cuarto poder para con la democracia, que han prevenido una discusión pública sobre si los medios pueden y deben comportarse mejor. Así, la politización de los medios es algo a está altura aceptado y no causa furor. Y los daños ocasionados por una mala regulación son excusados como desafortunados pero de algún modo necesarios. La pregunta de quien vigila a los guardianes de nuestra política democrática es, aparentemente, demasiado difícil de responder. No creo que sea posible hacer perfectos a los medios masivos. Pero, con seguridad, se puede lograr que hagan más bien, y mucho menos mal, del que ahora hacen.

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Thomas Rodham é editor do The Philosopher's Beard