Tuesday, 15 de October de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1309

Josep Maria Casasús

LA VANGUARDIA

"Un lector entendió que, en la crónica publicada en esta sección el 29 de abril con el título ?Unos derechos ante la prensa?, el defensor inducía a los lectores a no acogerse al derecho de rectificación cuando se consideren afectados personalmente por una información.

Es cierto que apunté allí que a veces la rectificación es contraproducente. Daba este argumento: provoca que algunas personas que no leyeron el texto rectificado se interesen entonces por él. En este supuesto -decía- la rectificación contribuye paradójicamente a propagar lo que se quiere rebatir.

Este efecto secundario conviene ponderarlo cuando uno se dispone a rectificar. Pero no debe impedir que se administre la medicina de la rectificación si la persona afectada considera que es la que más le conviene.

La rectificación respecto a lo que difunden los medios informativos es un derecho que ampara a todas las personas. Pero es también, por encima de todo, un deber moral, un principio ético, un compromiso deontológico que, con leyes o sin leyes que los regulen, debemos respetar todos los periodistas. Rectificar es un deber fundamental.

Es un deber que estamos obligados a cumplir incluso antes de que nos lo reclamen.

Así lo proclama el documento normativo más universal en materia de ética profesional del periodismo: los principios internacionales aprobados por la asamblea general de la Unesco el 21 de noviembre de 1983.

El artículo 5 de este código, que obliga éticamente a los periodistas de todo el mundo, dispone lo siguiente: ?El carácter de la profesión exige que el periodista favorezca el acceso del público a la información y la participación del público en los medios, lo cual incluye la obligación de la corrección o la rectificación y del derecho de réplica?.

Otro código deontológico de amplio alcance territorial como es la declaración de principios sobre la conducta profesional adoptada por la Federación Internacional de Periodistas es también muy categórico: ?El periodista se esforzará -con todos los medios- por rectificar cualquier información publicada y revelada inexacta y perjudicial?.

A los defensores del lector nos corresponde, entre otras funciones, velar por el cumplimiento de estas normas, recordar su vigencia, y fomentar el ejercicio de esta obligación profesional no siempre aceptada con naturalidad y elegancia por quienes deben cumplirla.

Ocurre en todas partes. En la última reunión internacional de defensores del lector, que tuvo lugar en París hace dos meses, se constató una vez más que en todas las redacciones hay algún periodista que todavía reacciona toscamente, a la defensiva, ante el deber esencial de la rectificación.

Es un fenómeno universal que mi antecesor en ese puesto en ?La Vanguardia?, Roger Jiménez, explicó con estas palabras en una entrevista que le hizo Daniel Capella para la revista ?Capçalera? (número 51, abril de 1994, pp. 29-37): ?A ninguno le agrada ver su propio nombre como responsable de un error, pero hemos de ser conscientes de que todos nos equivocamos y hemos de superar este pavor superlativo que tenemos en este país a reconocerlo públicamente?.

Un defensor del lector que tuvo ?El País?, Jesús de la Serna, describió así esa reacción generalizada, en unas declaraciones publicadas por ?Diario de Navarra? el 5 de noviembre de 1993: ?Cuando aparezco por la redacción con un papel se pueden ver caras que me siguen y gestos de alivio cuando paso de largo. A nadie le gusta reconocer un fallo y mucho menos si eso va a ser publicado?.

Rectificar es un deber y una necesidad. Es uno de los resortes que aseguran la equidad.

El profesor valenciano Hugo Aznar, en su libro ?Comunicación responsable? (Ariel, Barcelona, 1999, pág. 176), en el que he visto las citas anteriores, opina: ?Puesto que los medios viven de la credibilidad que les concede el público, ha sido una política habitual hacer lo posible por esconder sus errores. Pero el resultado final de esta política es contraproducente. El público acaba teniendo una imagen poco positiva de los medios y sus profesionales, viéndolos como uno de los colectivos más arrogantes e incapaces de reconocer sus faltas. Es necesario un cambio de actitud. Puesto que los medios realizan una labor de escrutinio de las demás instituciones, no se entiende muy bien -y el público se da cuenta de ello- que se excluyan a sí mismos de ese ejercicio tan sano de la crítica. En este sentido, la existencia de un ?ombudsman? en el medio es relevante?.

No somos sabios, pero rectificar también es propio de nosotros. Rectificar nos honra.

LOS MATICES de estilo no son objeto de rectificación. Sí, acaso, son objeto de explicación. El título que reza ?Cuatro horas en el rancho de Aznar? en una crónica enviada desde Toledo por José María Brunet y publicada el 13 de junio (pág. 14), incomodó al lector Enric Joan Jordà. Considera que no es verdad. No hay tal ?rancho de Aznar?.

Unas comillas en la voz rancho o en la locución ?rancho de Aznar? ajustarían más la expresión a la realidad. Lo expongo al autor de la crónica. Alega que en el texto lo aclara: ?La propiedad fue bautizada por la prensa americana como ?el rancho de Aznar?, para encontrarle un paralelo con sus propios hábitos diplomáticos y de ocio. La denominación hizo fortuna, ha sido adoptada humorísticamente estos días, y Quintos de Mora ha pasado a ser el rancho para siempre?.

Brunet considera que el título responde a ese dato y que, como es hoy habitual, busca impacto y amenidad. Sacrificó las comillas para dar fuerza al enunciado. Con comillas el rancho perdería gancho. Pero es explicable que algunos lectores sientan perplejidad."

    
    
                     

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