Sunday, 05 de May de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1286

Milagros Pérez Oliva

‘Francisco Rico, miembro de la Real Academia Española, publicó el pasado martes día 11 un artículo calificado como furibundo por algunos lectores, en el que, con el título de Teoría y realidad de la ley contra el fumador, considera que la modificación legal es ‘un golpe bajo a la libertad, una muestra de estolidez y una vileza’. Tras afirmar que ‘no pocos de los argumentos contra el tabaco carecen de rigor científico y son simple fruto del desconocimiento, por las actuales insuficiencias de la investigación’, concluye que ‘domina la ley el espíritu persecutorio’ y que ‘con absoluta desestima de los datos, de la voluntad y el sufrimiento ajeno, sacrifica al individuo cercano en el altar de un remoto ideal genérico’. Y termina: ‘P. S. En mi vida he fumado un solo cigarrillo’.

Rápidamente llegaron al correo de la Defensora cartas de protesta, en su mayoría de médicos. Aparte de algunas consideraciones acerca de si el tono y el contenido del artículo estaban a la altura del nivel habitual de la sección de Opinión, buena parte de las réplicas pueden inscribirse en el marco de la encendida controversia que suele acompañar este tipo de medidas. Pero algunos lectores plantean una cuestión embarazosa: ¿Mintió el autor del artículo?

‘El señor Rico’, escribe Daniel Gil Pérez, ‘se despide asegurando no haber fumado en su vida un solo cigarrillo. Sin embargo, la periodista Karmentxu Marín le define, en una entrevista publicada por su periódico el 30 de marzo de 2008, como alguien que ‘fuma como una chimenea’. Su condición de fumador o no sería solo una anécdota si no fuera él mismo el que la utiliza como un claro recurso para dotar de mayor legitimidad a su posicionamiento. ¿Sería posible que nos aclarara la verdad sobre el tabaquismo actual o pasado, activo o pasivo, del señor Rico? Ayudaría a contextualizar su durísimo artículo’.

Pablo Blanco no quiere ‘polemizar con el autor del texto, al que ampara su libertad de expresión para realizar todas las afirmaciones sin fundamento que estime oportunas, sino resolver una duda sobre el argumento final que emplea para convencer al lector de la maldad de la ley, cuando dice ‘en mi vida he fumado un solo cigarrillo’, pues habiendo comprobado que la afirmación es falsa, ‘la cuestión es si escribir en la sección de Opinión faculta para intentar una manipulación tan burda’.

Manel Nebot, de la Agencia de Salud Pública de Barcelona, y Esteve Fernández, del Instituto Catalán de Oncología, insisten también en esta cuestión, pues el hecho de ser fumador ‘contradice su aparente falta de conflictos de interés’. ‘Entiendo que EL PAÍS debiera informar a sus lectores de esa falsedad’, escribe Carlos Tarazona.A nadie se le oculta que en el debate sobre los efectos del tabaquismo han jugado un papel muy importante las maniobras de desinformación de quienes más tienen que perder, las empresas tabaqueras. Su principal estrategia ha sido cuestionar la validez de los estudios sobre los efectos nocivos del tabaco. Por eso, en la crispada controversia que suele acompañar las medidas antitabaco, puede entenderse como un refuerzo argumental el hecho de que quien opina esté libre de conflicto de interés, es decir, que no tenga vínculos con la industria tabaquera o que no sea fumador. La condición de ‘no fumador’ daría mayor legitimidad al profesor Rico en su defensa de la libertad de los fumadores. En este sentido interpretaron los lectores la frase final, y en ese sentido la interpreto yo también.

Pronto comprobé que los lectores tenían razón: el profesor Rico tiene un largo historial de fumador empedernido. ¿Cómo era pues posible que hubiera hecho esa afirmación? ¿Se había producido algún error? No. La frase fue escrita tal cual ha sido publicada. De modo que solo quedaba preguntar al profesor Rico por la razones de esa falsedad. Y esta es su respuesta:

‘Amén de darle al conjunto una nota de color, el post scríptum quiere decir varias de las cosas que literalmente dice, y sobre todo otra no literal, pero obvia: que ‘Je est un autre’ (Rimbaud), la escritura no es la autobiografía y ‘la verdad es la verdad dígala Agamenón o su porquero’ (A. Machado). El P. S. me ha producido la triste satisfacción de comprobar lo que yo diagnosticaba: que la ley es una escuela de malsines. Porque casi todos los que se pronuncian contra mi artículo lo hacen buscando hurgar en mi vida y costumbres, espiando a mis amigos y buscando antecedentes incriminatorios. En mis argumentos apenas se entra. En otro lugar he dado una prueba del escaso rigor científico que a menudo gobierna la campaña antitabaco. Pero nadie roza siquiera mis dos puntos principales: la estolidez (‘Falta total de razón y discurso’, DRAE) del legislador y la vileza que suponen algunos puntos de la ley, notablemente el veto de fumar a los enfermos hospitalizados y, en especial, terminales’.

Le advierto al profesor Rico que su respuesta es tan críptica que corre el riesgo de que no se le entienda. Es perfectamente consciente: ‘No quiero añadir nada más. Si usted quiere interpretarla, es muy libre’. Lo haré a partir de la conversación telefónica que mantuve con él. Sostiene el profesor Rico que la frase puede tener diversas lecturas, pero incluso para quienes interpreten que asegura no haber fumado nunca, eso no quiere decir que se refiriera a él mismo, autor del artículo. El ‘yo escritor’, afirma, no tiene por qué coincidir con el ‘yo biográfico’. Es decir, que quien escribe el artículo es su personaje y no él mismo y, por tanto, para reforzar su posición, puede afirmar tranquilamente que nunca ha fumado.

En el ámbito de la literatura, este recurso estilístico ha dado lugar a notables obras literarias. Sus autores transitan deliberadamente entre la realidad y la ficción, hablan en primera persona y trufan relatos aparentemente autobiográficos con datos y acontecimientos reales. En esta ‘literatura sobre la literatura’, el lector no puede discernir qué es realidad y qué es ficción, si los autores hablan de ellos mismos o no, lo cual agranda el misterio y su aureola, pero también comporta ciertos riesgos, como nos advierte el escritor Juan Goytisolo en un artículo titulado Je est un autre.

Pero si este nuevo género narrativo presenta problemas en la literatura, su aplicación en periodismo puede tener efectos catastróficos. Un artículo de opinión no es una pieza literaria con elementos de ficción, y menos un texto tan político como el del profesor Rico. De modo que lo que en principio parecía un simple error o un problema de expresión, se ha convertido en algo más importante: un asunto de verdad o mentira. Porque al final, lo que se plantea en este caso es hasta qué punto es lícito recurrir a una mentira para defender una verdad. Si el autor de un artículo de opinión puede permitirse faltar a la verdad haciéndose pasar por lo que no es y utilizar esa ficción-mentira como argumento de autoridad, ¿qué crédito podemos dar a la verdad que pretende defender?

Si el periodismo no se atiene siempre a la verdad, pierde credibilidad, tanto en el género informativo como en el de opinión. Si el profesor Rico quería hacer un ejercicio literario, debería haberse publicado en otra sección y no en la de Opinión. Porque el diario no puede dejar de tomarse en serio cuestiones tan serias como el tabaquismo y sus efectos sobre la salud. Conviene no mezclar literatura y periodismo.

En fin, queridos lectores, me había propuesto tratar en este artículo diversos temas, pero ya ven por qué vericuetos ha transcurrido. Solo me queda decirles que he continuado recibiendo una gran cantidad de cartas de queja por la portada y el artículo que El País Semanal dedicó a Belén Esteban, que traté en mi artículo anterior (pueden encontrar una muestra de ellas en la página de la Defensora, en ELPAIS.com). Algunos me recriminan no haber sido más contundente en mi crítica al diario. Creía haberlo sido. En todo caso, quede constancia de esta crítica.’