Friday, 19 de April de 2024 ISSN 1519-7670 - Ano 24 - nº 1284

Lola Galán

El lunes 6 de octubre, la noticia de que una auxiliar de enfermería de Madrid, Teresa Romero, se había contagiado con el virus del ébola tuvo repercusión mundial al ser el primer caso registrado en Europa. La redacción de este periódico se movilizó para cubrir exhaustivamente un suceso con implicaciones sanitarias, políticas y sociales. También periodísticas, a juzgar por las muchas cartas de protesta que he recibido. Los lectores critican que hayamos publicado una foto privada de la auxiliar de enfermería, de la que decimos, erróneamente, que es enfermera en algunos textos.

La información que más protestas ha motivado ha sido, no obstante, la publicada el 10 de octubre en la sección de España, bajo el título, Paseo clandestino por la quinta planta, (en la web se tituló también Nadie vigila la quinta planta del hospital Carlos III), firmada por Pilar Álvarez y Elisa Silió. El artículo ocupaba una página y en él se relataba una visita furtiva a la planta del centro donde están ingresadas personas que tuvieron contacto con Romero. Lo que venía a demostrar que el acceso a esa zona especial carecía de vigilancia.

“Colarse en el Carlos III no es periodismo”, señala en un mensaje Mercedes Munárriz. “Es difícil relacionar este ‘artículo’ con los conceptos ‘información’ o ‘investigación’. No se han informado de nada”. Laura Cruz me escribe: “Quiero expresar, como lectora, mi total rechazo a ese artículo, no sólo falto de ética periodística (yo también soy periodista y duele leer este tipo de ‘informaciones’), sino también irresponsable por parte de quien haya encargado que se hiciese”. Quejas parecidas remite Jenaro Álvarez: “No se puede criticar a las autoridades por improvisación o falta de celo en la aplicación de los protocolos de seguridad y al mismo tiempo violarlos deliberadamente con acciones como esta”. Nicolás Lupo no ve el interés de la información, “más allá del posible sensacionalismo de entrar en una planta que supuestamente está restringida, como si fueran dos niños que entran en una casa de campo abandonada”.

Otro lector, Paco Rubio, hace su propia reflexión sobre el artículo a la vista de la doble firma y del pie de página en el que figuran otros dos nombres más: “Se describe cómo, burlando al vigilante de seguridad, El PAÍS, o sea, una o varias personas: ¡No se sabe quiénes son!, merodean irresponsable y temerariamente por un lugar por el que no se puede andar, poniendo en peligro su salud y la de los demás”.

En realidad sólo una persona, Pilar Álvarez, entró en la planta quinta del Carlos III. Otra compañera se quedó en la cuarta, y dos redactoras más aportaron datos al texto sin moverse de la redacción. Álvarez describe así su visita: “El recorrido por la quinta planta se limitó al acceso a través del ascensor y a un primer pasillo. Entré por mi propio pie, sin llevar ninguna indumentaria que condujera a error, sin que nadie me pidiera identificación y sin que nadie me parara en ningún momento”.

El objeto informativo del ‘paseo’ es el ‘paseo’ mismo

Jorge A. Rodríguez, redactor-jefe de Noticias, asume su responsabilidad, ya que fue él quien tomó la decisión de entrar en la quinta planta, “a sabiendas de que era un lugar seguro, de la imposibilidad de contagio y sin tener contacto con nadie”, dice. Si la quinta planta era tan segura y carente de riesgos, ¿por qué damos por sentado que la situación de los pacientes que alberga exige vigilancia especial, inexistente el día de la visita?

En cuanto al por qué se entró en ese zona del Carlos III, Rodríguez explica: “Entramos en el hospital porque creemos que era nuestra obligación como periodistas, del mismo modo que hemos ido a los hospitales de Liberia o Sierra Leona (donde hemos entrevistado a enfermos), hemos entrado en escenarios de atentados, hemos subido a barcos susceptibles de ser secuestrados por piratas o vamos a lugares de riesgo (guerras, etcétera). Creemos que aportaba información y que era un asunto relevante y noticioso para los lectores. Queríamos mostrar que no había seguridad suficiente y que cualquier ciudadano podía entrar. El resultado es que al día siguiente fue reforzada la seguridad”.

Los periodistas vamos a las guerras o a los hospitales de Liberia y Sierra Leona para contar lo que ocurre allí. No vamos para decir que hemos ido, como parece ser el caso del Paseo por la quinta planta, una crónica en la que el objeto informativo es nuestra propia aventura, posible gracias a la falta de vigilancia que denunciamos. Y cuyo botín informativo apenas da para unas líneas en el texto publicado.

Ante una crisis como la del ébola, que ha provocado gran alarma social y ha desatado una psicosis generalizada, nuestra obligación es ofrecer a los lectores una información veraz, completa y de alta calidad.

Existe un subgénero periodístico que apuesta por violar normas y leyes para conseguir información cuyo conocimiento público justifica tal conducta a ojos de quienes lo practican. Algunos lo llaman periodismo encubierto y ha dado grandes periodistas, como el alemán Günter Wallraff, que fue su adalid entre 1970 y 1990. Pero el modelo, además de discutible, pierde su razón de ser cuando todo lo que se persigue es un titular. Creo que entrar en la quinta planta del Carlos III ha sido un error.

Quiero abordar también otra polémica relacionada con el ébola. La que ha provocado el reportaje Los charlatanes del ébola, firmado por Javier Salas, que se publicó en la edición digital de este diario, el 8 de octubre, en la sección de Ciencia|Materia. El autor repasa los distintos remedios, en algunos casos dañinos, que se están proponiendo para curar el ébola, entre ellos el que publicita en un vídeo Josep Pàmies, que cuenta con el apoyo de la conocida monja Teresa Forcades, cuya foto, sacada de uno de sus vídeos, ilustra el texto. Varios lectores me han escrito quejándose del reportaje.

Patricia de la Cruz señala: “La monja Teresa Forcades, que además de monja es licenciada en Medicina por la Universidad de Nueva York y doctora en Salud Pública por la de Barcelona, no ha afirmado en ningún momento que el ébola se pueda curar ni ha aconsejado el uso del MMS [siglas de Miracle Mineral Solution, el dióxido de cloro] en relación con dicha enfermedad”. Para Juan Fernando Sánchez, el texto es “insultante desde el título hasta el final. ¿Dónde queda el auténtico periodismo? Cabe preguntarse si se ha propuesto este periódico reeditar su estilo de hace cinco años, cuando, con ocasión de la gripe A, llamó a Teresa Forcades ‘la monja bulo”.

Xavier Lalaguna no entiende que el artículo se ilustre con una foto de Forcades cuando en el vídeo colgado en la página de Facebook de la religiosa no se dice nada del uso de MMS para tratar el ébola. “Considero que el periodista no ha hecho bien su trabajo y por ello solicito su intervención”.

El autor del texto explica por qué incluyó a Forcades: “Es quien está consiguiendo llevar el peligroso mensaje de Pàmies más allá de los círculos de convencidos en los que él se mueve: el vídeo en el que asegura que habría que probar si el agua de mar cura el ébola lleva casi 650.000 reproducciones. Aunque en este caso su papel sea el de difusora de las proclamas de Pàmies, es finalmente su imagen la que proyecta la confianza necesaria para que cale este mensaje que pone en riesgo la salud pública”.

Aun así, me parece que no está justificada la fotografía de Forcades junto a un título tan descalificador (Charlatanes del ébola). Su utilización puede suscitar dudas, además, sobre si la razón última de haber elegido su imagen es la de hacer más visible el artículo.

******

Lola Galán é ombudsman do El País